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lunes, 4 de enero de 2010

TRES CUENTOS CORTOS / Cuauhtémoc Parra Sánchez

NEOVAMPIRO

Desde joven, ateo y todo, le tuvo un miedo irracional a la muerte y a lo desconocido, pero lo disimulaba a las mil maravillas. Poseía una gran inteligencia y por eso destacó en la escuela, en los deportes y en sus relaciones con los demás.

Pero en el fondo, se escondía un ser temeroso y débil. Por lo mismo, investigó y estudió todo lo que pudo sobre aquellos que buscaron siempre, sin éxito, la fuente de la eterna juventud. Por eso estudió Medicina y se volvió un experto en el estudio de los procesos del envejecimiento humano. Nunca aceptó que el hombre tuviera que morir.

Un día, al despertar de un largo sueño en el que se vio como un ser inmortal e indestructible, sonrió complacido. En el baño, se asomó al espejo y observó sin asombro, la palidez extrema de sus tegumentos faciales, sus enormes orejas terminadas en punta, su aspecto céreo, sus conjuntivas oculares inyectadas de sangre, sus largos colmillos que sobresalían de las comisuras labiales, y el hilillo de sangre que escurría, aún fresca, de sus labios.

Entonces supo que había alcanzado la inmortalidad.

Sonrió complacido.

INTERCAMBIO


El viejo-niño preguntó a su nieto, el niño-viejo:
- ¿Qué le pediste a Santa Claus?, yo ya hice mi carta y le pedí unos patines y una bicicleta.
- Nada, abue - contestó el niño-viejo - no le pedí nada, ya no deseo nada; nada me atrae. Me parece que ya he vivido lo suficiente para no desear nada, más que la muerte. Prácticamente ya viví y conocí la condición humana. Ya experimenté la amistad, el odio, la envidia, el deseo de venganza y la ambición. Conocí el placer y el dolor.
- Pero, debe haber algo que desees de este mundo - dijo el viejo-niño - a tu corta edad, te espera una larga vida.
- Eso es lo que no quiero, abue - contestó el niño-viejo - estoy satisfecho. De hecho, no me importaría morir en este instante.
De repente, el viejo-niño siguiendo un impulso de travesura, sin que su nieto se diera cuenta, intercambió las cartas a Santa Claus.

CARONTES CANINOS


Aquel buen hombre, de vida y alcances modestos, tenía una debilidad: su amor por los perros.

Por sus perros anteponía a su propio bienestar, los cuidados a sus canes a los que colmaba de atenciones y les daba trato de humanos. Eso le causaba la mayor de las satisfacciones. Los consideraba como los hijos que nunca pudo concebir con su esposa.

En su larga vida había tenido: Bobbys, Terrys, Pipos, Firuláis, Fridas, Amelies, Rockys, Gaias, y otros nombres más que ya le costaba trabajo recordar.

Un día, al confesar sus pecados, confió al cura su gran amor por los perros y en vez de recibir del prelado la absolución, éste lo amenazó con la condenación por su amor desmedido hacia los perros, amor que debia profesar antes que nada a sus semejantes. Lleno de temores por la anunciada condenación, murió de tristeza.

Cuando su alma llegó a la orilla del río que hay que cruzar rumbo al infierno. Todos sus perros estaban allí, prestos para pasarlo al otro lado, ante la complacencia de Caronte, el barquero del Hades, quien también era canófilo. Esta vez, Caronte no cobró el óbolo obligado a todas las almas.

AUTOR: Cuauhtémoc Parra Sánchez

PAÍS: México

EDAD: 71 años

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